No me gusta el diseño

Afortunadamente no escucho esta frase a menudo cuando muestro un boceto de un trabajo en desarrollo. Y no es porque yo sea infalible, ni porque mis diseños sean siempre bonitos. Es porque los clientes con que trato han aprendido algunas cosas. Especialmente que el diseño no siempre debe ser bonito, ni tiene necesariamente que coincidir con el gusto personal del cliente. El diseño debe ser eficiente, debe cumplir con los requisitos para los cuales fue planteado.

Cuando alguien emite ese tipo de opinión, es probable que no sepa cómo expresar lo que ve de malo en la propuesta. En ese caso convendrá indagar acerca de cuáles son los aspectos que considera negativos para intentar corregirlos, si es realmente necesario. Otras veces es porque el cliente desconoce cuál es la verdadera función del trabajo que solicitó. A modo de ejemplo, un error común consiste en pensar que la marca gráfica de una organización debe «demostrar» a qué se dedica dicha organización, tarea que deben cumplir otras piezas de comunicación.

Esto no significa en absoluto que no haya que prestar atención a lo que dice el cliente. El cliente, especialmente si ha tenido éxito en su empresa, conoce muy bien su trabajo y suele saber mejor que el diseñador que es lo que necesita para que su negocio vaya bien.

Si reciben ese tipo de opinión, pregunten a su cliente si le gustan los semáforos. Muy probablemente la respuesta sea que no, o de sorpresa. Entonces sugieran iniciar una campaña para cambiar los colores, la ubicación o la forma de los semáforos de la ciudad. Lo que sigue es obvio: los semáforos están allí para comunicar algo, y lo hacen de forma bastante eficiente, a pesar de no ser especialmente bonitos, simpáticos o atractivos.

El diseñador maneja muchos códigos preestablecidos de lenguaje visual que su cliente desconoce, no está de más llamar la atención sobre este punto.

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